Nombre del fic o historia: El Cinturón de Orión
Tema: Drama, horror, +18.
¡Hola! ¡Espero que no
te importe que me líe un poco a la hora de hablar, antes de comenzar el relato!
Me llamo Stevie.
Stevie Franchise. Y sí, es un nombre un poco estúpido, pero… es mi nombre. Lo
siento por eso.
Lo que os voy a contar
ahora es una parte de mi historia, una parte de lo que he vivido. De un modo u
otro, siento que me estoy abriendo a vosotros, a todo el que quiera dedicarme
unos minutos. No sé si saldrá mal o bien, o si estoy haciendo lo correcto.
Pero siento que lo
necesito. Por varios motivos, mi vida no anda en la dirección que quisiera, y
creo que esta es una de las pocas maneras que tengo de contar qué siento o cómo
me siento. Trataré de ser todo lo claro que pueda.
Puede que notéis que
pierdo el hilo o que no sé muy bien qué poner, o que no sé por dónde va a ir el
relato, pero… no soy escritor. Apenas he escrito nunca nada que esto y no sé si
lo haré bien. He leído antes, pero no es lo mismo leer que escribir, ¿verdad?
Bueno, allá vamos.
Espero que os guste.
No podía decir que el suave toc toc en la portezuela de madera fuera una completa sorpresa para él. Había visto a algunos de sus compañeros atravesar la alambrada que delimitaba el jardín y, a pesar de no haberlos invitado, sentía que le buscaban.
Él acudió en seguida a la llamada, y se inclinó sobre el ojo
de pez para observar el exterior, confirmando así la presencia de aquellos
muchachos, esperando impacientes en el portal de su hogar. Uno de ellos, el
cabecilla, se mantenía a la expectativa, con los brazos cruzados en torno al pecho
y una mueca de insatisfacción casi ofensiva.
Uno de sus acompañantes, un tipo albino de pelo rubio, se
inclinó hacia la puerta.
— ¿Seguro que está en casa? —Preguntó, tocando de nuevo el
portón.
— No le hemos visto salir, así que debe estar dentro —Replicó
el joven impaciente. De todo su rostro, lo que más destacaba en él eran sus
ojos intensamente verdes.
En el interior de la casa, el jovencito protagonista tembló,
con la mano envolviendo el pomo. ¿Tirar o
no tirar? Se preguntaba.
— ¿Y si entramos por la puerta trasera? Si está en casa…
—Expresó el tercer y último acompañante, sentado ligeramente contra el
antepecho del porche.
— ¿Por qué no vas tú a mirar si lo está? Ábrenos la puerta,
¿quieres?
Y, el intrépido barbilampiño del grupo, rodeó la casa para
dirigirse a la puerta trasera, mientras el joven de cabello rubio y el de ojos
verdes aguardaban frente al portón principal. De nuevo y por tercera vez,
volvieron a tocar.
Despacio, el muchacho alejó la mano del pomo, y avanzó
paulatinamente, en completo silencio, a través del rellano, en dirección al
salón principal, por donde se accedía a la cocina. Allí, el tercer visitante
abrió la puerta trasera de la casa, y se coló en ella como un ladrón.
Se cruzaron. Uno quedó paralizado en la entrada de la cocina;
el otro, inmóvil completamente en mitad del salón.
— ¡Está aquí! ¡Fatty está aquí! —Gritó el visitante, corriendo en dirección a la puerta principal. Por el camino, golpeó con el hombro al habitante de la casa, arrojándolo al suelo.
— ¡Abre ya! ¡Vamos!
— ¡Está aquí! ¡Fatty está aquí! —Gritó el visitante, corriendo en dirección a la puerta principal. Por el camino, golpeó con el hombro al habitante de la casa, arrojándolo al suelo.
— ¡Abre ya! ¡Vamos!
Impacientes, los dos compañeros que quedaban fuera entraron
en la casa, cerrando la puerta a sus espaldas y echando el pestillo.
Después, mientras caminaban hacia el chico derribado,
emitían una exasperante y chirriante risa, cuya sonoridad aumentaba por el eco
del salón.
El tercer visitante puso en pie al obeso muchacho caído,
quien no pudo oponer resistencia al encontrarse aún dolorido por la repentina
caída y sorprendido por la rápida intromisión de aquellos sujetos en su hogar.
— ¿Creías que te podrías esconder de nosotros, tarado?
—Preguntó el tipo principal, cuyos ojos verdes se clavaban en el gordo
personaje— Vamos a ver lo que hacemos contigo, ¿quieres?
Después, se dio media vuelta, contorneando la espalda
mientras posicionaba una de las manos sobre la barbilla. Tras darse varios
golpecitos, susurró:
— Está bien… ¿Dónde está tu habitación, tarado? —Preguntó,
bajando luego la mirada desde su estatura para poder mirar a los ojos al
habitante— Venga, dilo. Nos harás perder el tiempo. Y no me gusta perder el
tiempo.
Hizo una mueca hacia el rubio, y este se dirigió a la
cocina. Entretanto, el tipo de mirada esmeralda y el tercer habitante, pálido
como un plato, arrastraron al individuo gordo hasta el rellano, nuevamente.
— Imagino que tu habitación está en alguna parte de la
planta baja. No creo que duermas en el piso de arriba, gordo. Seguro que te
cuesta subir las escaleras.
Desde la cocina, se podía escuchar el sonido de la vajilla
al ser manipulada. Sin embargo, ninguno de los chicos presentes parecía prestar
atención a aquel ruido extraño.
— Mi habitación está arriba, delante de las escaleras…
¿Ahora… —Habló débil, sin fuerza, sin vida. —… pu-puedo irme…? Podéis llevaros
lo que queráis…
El rubio regresó, con algo brillando en las manos. Lo lanzó
ante el chico de ojos verdes y, después, este se lo mostró al chico gordo: un
tenedor de tres puntas.
— Te voy a… enseñar un truco, ¿vale? Supongo que habrás
visto alguna vez ‘El Caballero Oscuro’. Tienes pinta de friki, con esas gafas
de culo de botella y esa camisa de ‘amo los neutrinos’. En serio, me enfermas.
—Luego, se dio varios toquecitos en la frente con el tenedor, sonriendo— A mí
me gustó mucho esa interpretación del Joker por Heath Ledger, como una mente
maestra e inteligente. Tenía esa mirada profunda y… ¿sabes de que te hablo?
El chico obseso no negó ni afirmó. Entretanto, los otros dos
muchachos se alejaron levemente de la escena. El tenedor se balanceaba a un
lado y al otro, mientras su poseedor hablaba.
— Era carismático,
sabía hablar y hacerse respetar. Yo no tengo su labia, pero sé hacer trucos de
magia, ¿sabes? —Luego, le dio una vuelta al tenedor entre los dedos— Y… ¿lo
ves? ¿Estás viendo el tenedor? ¿Lo tienes? Mira. Uno, dos…
Lo movió hacia un lado; después, lo balanceó hacia el otro.
Al tercer número, echó el brazo hacia atrás, lejos de su cuerpo.
—… ¡y tres! ¡Boom!
Con un chasqueo de la lengua, clavó el tenedor en el
estómago del chico obeso quien, con una expresión de horror, cayó hacia el
salón. Los otros dos muchachos habían desaparecido completamente de la
estancia, y sólo quedaban el agresor y él, una completa víctima chorreante de
sudor, lágrimas y sangre.
— Un último truco… —El de ojos verdes clavó en él su mirada.
El color de su mirada cambió, tan pronto como pudo fijarse. ‘’Verde, amarillo,
rojo, verde amarillo, rojo’’…—… uno, dos…
Y elevó la bota.
—… ¡y tres!
Con una expresión de furia, aplastó bajo él el tenedor
contra el pecho del muchacho obeso.
Este, de pronto, se levantó en su fría cama, con el horror
atenazando su cuerpo y la tensión de quién ha vivido algo horroroso colapsando
sus miembros. Despacio, llevó ambas manos bajo la camisa del pijama, y levantó
la tela, queriendo averiguar si aquello había sido sólo producto de su
imaginación.
Sobre la piel, vio tres pequeños puntos cicatrizantes.