Autor del one-shot: Daniel.
Twitter: @LeonheartTribal.
Nombre del fic o historia: Erase
Tema: Original, Dante & Erza, Drama, Romance.
-Capítulo 3: Sweet Memories.-
Dicen que los demonios no pueden llorar. Lo pongo en duda,
porque no hay noche que no haya llorado por ella.
Fue una llama breve, escasa… pero la más intensa que jamás
hubiera ardido nunca en un corazón como el suyo.
Él supo lo que era ella, saboreó las deliciosas prominencias de su piel al desnudo, como quien desgaja un fruto y lo muerde con pasión desmedida. Él vistió de blanco sus noches más oscuras, pinto sonrisas en un rostro que amenazaba con estallar en lágrimas al momento, y quiso cambiar el universo para que todo girase alrededor del mundo que la joven le había proporcionado.
Él supo lo que era ella, saboreó las deliciosas prominencias de su piel al desnudo, como quien desgaja un fruto y lo muerde con pasión desmedida. Él vistió de blanco sus noches más oscuras, pinto sonrisas en un rostro que amenazaba con estallar en lágrimas al momento, y quiso cambiar el universo para que todo girase alrededor del mundo que la joven le había proporcionado.
Puede que sólo fueran los desvaríos de un loco enamorado, de
un loco homicida o de, simplemente, un loco más perdido en la gran ciudad, tan
diferente al resto, pero tan similar. Ella le había mostrado que la vida podía
tener otra textura, otro aroma, otro sabor, uno que inspirase el más dulce de
los recuerdos. Y él no había sabido responder a sus suplicas.
Quiso demostrarle lo más bonito, ella tomó su mano y trato de llevarlo hacia el amor… mas nada de lo que un día hubo, permaneció.
Se miraron, hablaron, callaron. Y nada más después. Tan sólo restaron el amargo llanto del desasosiego por haber perdido una mitad del corazón.
''¿Podrías vivir sin medio corazón? Cuidado con tu elección, pues te arrancaré la mitad a la que renuncies''.
Quiso demostrarle lo más bonito, ella tomó su mano y trato de llevarlo hacia el amor… mas nada de lo que un día hubo, permaneció.
Se miraron, hablaron, callaron. Y nada más después. Tan sólo restaron el amargo llanto del desasosiego por haber perdido una mitad del corazón.
''¿Podrías vivir sin medio corazón? Cuidado con tu elección, pues te arrancaré la mitad a la que renuncies''.
— Lo siento… —Exclamaba él, con las manos tensas sobre las
muñecas de ella. La joven, suspirando, descansaba contra su pecho, con los
brazos levantados a la altura de él— Jamás quise que esto terminara así…
— No digas nada —Expresó ella, con voz queda, con un murmullo tan inaudible que, incluso el muchacho consideró que le pasaba algo grave. Lo descartó de inmediato— Este momento es nuestro y para siempre, ¿vale? Nadie nos lo puede quitar ahora.
— Todo… se ha acabado, ¿verdad? Esto ha terminado —Y ella no respondió, pues las palabras son innecesarias para un corazón herido por la lástima.
Se mantuvieron en aquella posición, entrelazados como dos amantes tras el sexo más apasionado, con la respiración sostenida en dos pechos bajo cuya superficie los latidos se sincronizaban. Él tan varonil, distante, desapegado y enigmático; ella, poderosa, fuerte, independiente y terriblemente segura de si misma. Ambos, en posiciones equidistantes, eran lo mismo. Sólo restaban los escollos de una fragua pasional que habían decidido apagar…
… Por el bien de ambos.
— Nadie me hará olvidarte —Dijo él, ascendiendo hasta tomar las manos de ella y entrelazar los dedos con los suyos— Ninguna mujer logrará que borre el recuerdo que una vez tuve de ti. Nadie me hará olvidar tu pelo… —Y tomó su cabello rojo entre los dedos blancos—… ni tu voz, ni tu cuerpo —Y pasó la mano restante por la curvatura de su hombro, descendiendo después a lo largo de la espalda.
— Lo sé, Dante… Lo sé. Yo tampoco podré olvidar nada de ti —Con las manos libres, bajó a través de las delgadas líneas fibrosas que marcaban el torso del muchacho, como una lámina de piedra esculpida por los mismos dioses. Saboreó las pautas que su piel le mostraba, su perfecta y alba piel, sobre la que había danzado mil bailes y dado mil besos— No sé si podré volver a mirarte… como un amigo. No sé si seré capaz.
— Tal vez sea cuestión de dejar el tiempo pasar… —Respondió él. Tomando su cintura, la aproximó hacia él, con tal suavidad que ella se sintió mecida por la brisa— Y ver lo que sucede, ver cómo nos tratamos. Aún quedan lazos entre nosotros… y debemos ser más fuertes que todos ellos.
— Pero… ¿acaso crees que tengo idea de cómo soportar que me mires y no me beses, que me hables y no te dirijas a mí con palabras cariñosas? ¿Cómo voy a aguantar despertarme en mi cama y ver que tú no estás? ¿¡Cómo!?
Y ante aquella última expresión de aliento, pareció derrumbarse sobre él, perder todo el coraje y la fuerza que había retenido durante toda su vida. Vio como caía como una pluma, incapaz de sostener el peso de su cuerpo sobre aquellas piernas que temblaban como jamás hubiera creído posible en alguien con su carácter.
Ella, tan vigorosa, tan osada, demolida por unas simples palabras.
Pero él sabía que ella escondía más de lo que la piel mostraba. El dolor aún subyacía bajo la piel, y pasaría mucho tiempo antes de que todo regresara a la normalidad.
— Erza… —Y tomó la barbilla de ella entre sus dedos firmes. La forzó a mirarle, y ella no se resistió. El muchacho sintió que la joven deseaba perderse en su mirada. — Apóyate en mí, si te es necesario, pero sé que saldrás adelante. Sé que saldremos adelante… ¿Y sabes por qué? Cuando me mires, quiero que veas que estoy bien. Cuando te mire, quiero ver que estás bien… Porque si los dos hemos tomado esta decisión es para que ambos estemos… bien del todo, aunque no sea juntos. —Acarició el mentón de ella con el pulgar— Sé feliz, todo lo que puedas. Quiero seguir viéndote sonreír. No dejes nunca de hacerlo —Murmuró, un instante antes de rozar los labios de la joven con los propios y, lentamente luego, separarse— Recuerda que no lo hacemos sólo por nosotros dos.
Erza saboreó el contacto con sus labios, como el sediento que ve agua, como el hambriento que ve comida, como el pobre lobo solitario que encuentra a alguien a quien amar. Se sintió en el maravilloso paraíso del deseo al sentirlo tan próximo y tan cercano, tan cálido y tan intenso, tan breve y tan… él, tan Dante, como siempre lo había sido.
Aún en aquel momento, en el que los corazones de los dos se rompían, seguía siendo puro fuego.
La voz de ella, quebrada bajo la garganta, fue incapaz de expeler nada más.
— Hoy, cuando llegues a casa, verás que he dejado algo escrito para ti. No es necesario que me contestes. Pero… debía hacerlo —Dijo él. Luego, reteniendo el dolor dentro, oprimió a la joven en el abrazo más cálido que podía. En su oído, habló:— Sé feliz… Siempre me preocuparé por ti… Te quiero, ¿vale? Por favor… Sé feliz… Seamos felices, Erza…
— No digas nada —Expresó ella, con voz queda, con un murmullo tan inaudible que, incluso el muchacho consideró que le pasaba algo grave. Lo descartó de inmediato— Este momento es nuestro y para siempre, ¿vale? Nadie nos lo puede quitar ahora.
— Todo… se ha acabado, ¿verdad? Esto ha terminado —Y ella no respondió, pues las palabras son innecesarias para un corazón herido por la lástima.
Se mantuvieron en aquella posición, entrelazados como dos amantes tras el sexo más apasionado, con la respiración sostenida en dos pechos bajo cuya superficie los latidos se sincronizaban. Él tan varonil, distante, desapegado y enigmático; ella, poderosa, fuerte, independiente y terriblemente segura de si misma. Ambos, en posiciones equidistantes, eran lo mismo. Sólo restaban los escollos de una fragua pasional que habían decidido apagar…
… Por el bien de ambos.
— Nadie me hará olvidarte —Dijo él, ascendiendo hasta tomar las manos de ella y entrelazar los dedos con los suyos— Ninguna mujer logrará que borre el recuerdo que una vez tuve de ti. Nadie me hará olvidar tu pelo… —Y tomó su cabello rojo entre los dedos blancos—… ni tu voz, ni tu cuerpo —Y pasó la mano restante por la curvatura de su hombro, descendiendo después a lo largo de la espalda.
— Lo sé, Dante… Lo sé. Yo tampoco podré olvidar nada de ti —Con las manos libres, bajó a través de las delgadas líneas fibrosas que marcaban el torso del muchacho, como una lámina de piedra esculpida por los mismos dioses. Saboreó las pautas que su piel le mostraba, su perfecta y alba piel, sobre la que había danzado mil bailes y dado mil besos— No sé si podré volver a mirarte… como un amigo. No sé si seré capaz.
— Tal vez sea cuestión de dejar el tiempo pasar… —Respondió él. Tomando su cintura, la aproximó hacia él, con tal suavidad que ella se sintió mecida por la brisa— Y ver lo que sucede, ver cómo nos tratamos. Aún quedan lazos entre nosotros… y debemos ser más fuertes que todos ellos.
— Pero… ¿acaso crees que tengo idea de cómo soportar que me mires y no me beses, que me hables y no te dirijas a mí con palabras cariñosas? ¿Cómo voy a aguantar despertarme en mi cama y ver que tú no estás? ¿¡Cómo!?
Y ante aquella última expresión de aliento, pareció derrumbarse sobre él, perder todo el coraje y la fuerza que había retenido durante toda su vida. Vio como caía como una pluma, incapaz de sostener el peso de su cuerpo sobre aquellas piernas que temblaban como jamás hubiera creído posible en alguien con su carácter.
Ella, tan vigorosa, tan osada, demolida por unas simples palabras.
Pero él sabía que ella escondía más de lo que la piel mostraba. El dolor aún subyacía bajo la piel, y pasaría mucho tiempo antes de que todo regresara a la normalidad.
— Erza… —Y tomó la barbilla de ella entre sus dedos firmes. La forzó a mirarle, y ella no se resistió. El muchacho sintió que la joven deseaba perderse en su mirada. — Apóyate en mí, si te es necesario, pero sé que saldrás adelante. Sé que saldremos adelante… ¿Y sabes por qué? Cuando me mires, quiero que veas que estoy bien. Cuando te mire, quiero ver que estás bien… Porque si los dos hemos tomado esta decisión es para que ambos estemos… bien del todo, aunque no sea juntos. —Acarició el mentón de ella con el pulgar— Sé feliz, todo lo que puedas. Quiero seguir viéndote sonreír. No dejes nunca de hacerlo —Murmuró, un instante antes de rozar los labios de la joven con los propios y, lentamente luego, separarse— Recuerda que no lo hacemos sólo por nosotros dos.
Erza saboreó el contacto con sus labios, como el sediento que ve agua, como el hambriento que ve comida, como el pobre lobo solitario que encuentra a alguien a quien amar. Se sintió en el maravilloso paraíso del deseo al sentirlo tan próximo y tan cercano, tan cálido y tan intenso, tan breve y tan… él, tan Dante, como siempre lo había sido.
Aún en aquel momento, en el que los corazones de los dos se rompían, seguía siendo puro fuego.
La voz de ella, quebrada bajo la garganta, fue incapaz de expeler nada más.
— Hoy, cuando llegues a casa, verás que he dejado algo escrito para ti. No es necesario que me contestes. Pero… debía hacerlo —Dijo él. Luego, reteniendo el dolor dentro, oprimió a la joven en el abrazo más cálido que podía. En su oído, habló:— Sé feliz… Siempre me preocuparé por ti… Te quiero, ¿vale? Por favor… Sé feliz… Seamos felices, Erza…
Ella seguía sin hablar. Él no aportó nada más.
Se miraron, y las manos cayeron, separadas por un vacío que aumentó a medida que se iban alejando.
Y, con cada paso, moría un poco de una pequeña parte de ambos.
Se miraron, y las manos cayeron, separadas por un vacío que aumentó a medida que se iban alejando.
Y, con cada paso, moría un poco de una pequeña parte de ambos.
Más tarde, ella encontró la nota, hábilmente doblada sobre la cama, con aquel aroma que le recordaba a él.
Lo abrió, con las manos temblorosas.
Comenzó a leer. Sus ojos se deslizaban rápido sobre todo el mensaje.
Al terminar, cayó sobre la cama, y rompió a llorar…