Dearly beloved. [One-shot.]

Escritor : Unknown | Hora : 17:31 | Categorías :
Autor del one-shot: Daniel. 
Twitter: @LeonheartTribal.
Nombre del one-shot: Dearly Beloved. 
Tema: Anime. [Saint Seiya.] [Ikki x Esmeralda.] , amor, acción, tragedia.


- Esmeralda… - Murmuró él, enredando los brazos alrededor del cuerpo de ella, desesperado ante lo que acababa de suceder.
- Ikki, te lo ruego… - Suplicó la voz de ella, deshecha de repente, sin apenas fuerzas, nerviosa entre sus brazos, que envolvían su cuerpo con la ternura del que ama. Los ojos de la joven suplicaban algo que él no podía devolverle. – Perdona a mi padre…


Incapaz de percibir del todo el sentido de sus palabras, él acarició su rostro, lentamente. Sus manos se posaron en la mejilla de ella, descendiendo luego, paulatina, sobre su piel dorada. Incluso en medio de aquel pálido sufrimiento, ella seguía siendo hermosa, tan hermosa…

- ¿De qué hablas? – Murmuró él, aunque la pregunta temblaba en su pecho, igual que las consecuencias de aquello. No puede sucederle a ella. No, de esta manera, no. - ¡No digas eso! ¡Vas a sobrevivir, Esmeralda!
- Ikki… - Y, ella, alzó una mano hacia él. Las lágrimas descendientes por el rostro del joven impidieron ver lo que una vez le parecieron los ojos más hermosos que jamás hubiera visto.
- ¡No, Esmeralda, no! – Arremolinó el rostro en torno a su pecho, negando repetidamente con la testa, incapaz de escuchar las palabras que de ella brotaban. - ¡No puedes irte! ¡Tú no…! Por favor… No te vayas…

La piel de ella permanecía impávida ante las caricias continuas del muchacho, ante sus gestos, y ante sus palabras. Cuando él alzó la mirada y la centró en ella, vio que sus ojos verdes, los que le habían mostrado el lado más humano que la vida le pudiera ofrecer, se habían apagado.
La rodeo algo más fuerte, y la acercó hacia él. El perfume embriagador de ella aún permanecía denso en el aire. Quería retenerlo. Quería poder absorber aquel aroma y no olvidarlo nunca.
Aunque, en lo más profundo de su ser, sabía que nunca podría olvidarlo.

- ¡Déjala, idiota! – Murmuró una voz a su espalda, una voz grave, gutural, de profundo y siniestro odio.
- Era… era tu hija. – Susurró Ikki, aún abrazando el cuerpo de la joven. – ¿Cómo has podido hacerlo? ¿Cómo es que ni siquiera te importa?
- Abandone toda piedad el día que empecé a usar esta máscara. – Sus manos gruesas indicaron la sólida careta que cubría su rostro. – Además, yo no soy el culpable de su muerte. ¡Lo eres tú!
- ¿Qué…? – Los músculos del joven se tensaron, más aún, forzados de odio. - ¿Qué has dicho?
- ¡Tú la has matado! – Dijo aquel individuo, señalando a la pareja. – ¡Si me hubieras matado cuando tuviste ocasión, ella aún estaría viva! ¡Tú mataste a Esmeralda!
- Era tu única hija… - Dejó a la joven en el suelo, suavemente, reposando su cuerpo sobre la superficie. Cerró sus ojos con el dorso de la mano, aún sus ojos bañados en lágrimas amargas. – Eres un demonio…

Y se enderezó, como pudo, dada la gravedad de sus heridas, el pecho sangrante, y el dolor cubriendo cada fibra de su cuerpo.

- Un demonio lleno de odio… - Preparó los brazos. – ¡Acabaré contigo!

Algo sucedió luego. Algo que provocó en el rostro inexpresivo del padre de Esmeralda una mueca de sorpresa irreverente, pues en aquel joven algo había cambiado. Su expresión impoluta había pasado a un odio visceral, a una rabia intensa que él no alcanzaba a ver, pero que le golpeaba con toda la rabia del animal más fiero.
Sin embargo, de aquel hombre enmascarado sólo broto una risa siniestra, una risa intensa e irreverente, mientras contemplaba a Ikki. Sin preocuparse, esperó.

Ikki lo sentía. Sentía vibrando en su carne un fervor enardecido por la muerte de Esmeralda, por la apatía de su padre, y por todo el sufrimiento que había soportado durante los últimos tiempos. Lloraba, no solamente porque la vida de la única persona que había amado se hubiera extinguido ante sus ojos, sino por la apatía de no haber sabido hacer nada para defenderla, por la volatilidad con la que se había marchado… y por el desgarrador pensamiento de que jamás volvería a verla, a disfrutar de su piel, de sus labios, de su sonrisa enamorada, de sus gestos, de su voz, de su alegría. Que aquel hombre le hubiera privado de todo aquello, y que, además, no se diera cuenta de lo que había hecho, flameaba su pecho.
Esmeralda… El recuerdo de la última caricia de la muchacha inflamó su corazón, y él gritó, Gritó desgarrando cada fibra de su ser por ella, por él mismo, por aquel hombre cruel, por el destino que le hubiera arrastrado hasta aquel lugar.

Se alzó hacia delante, con los brazos en alto.
El padre de ella se seguía riendo… Pero su risa no duró más que un breve lapso, pues el brazo recio de Ikki se clavó en su pecho, a la altura del corazón, atravesando la piel y desgarrando la membrana que le protegía.
Un brote de sangre salpicó el suelo, mientras el cuerpo de aquel hombre caía, entre estertores. Ikki lo contempló, incapaz de abandonar el odio que había supurado las heridas causadas por la muerte de la joven.

No sintió el trepidante poder del fénix emanando de algún lugar de la isla, ni el momento en el que la armadura se posó sobre su piel, pues el único sentimiento que alcanzaba a tocarle era el odio, el profundo odio que aquel hombre había despertado.

Incapaz de soportarlo más, tomó el cuerpo de la joven, con aquella belleza perenne que su rostro mantenía, llevándolo al lugar de La Isla de la Reina Muerte donde brotaban las flores, el único lugar sagrado de aquella vivienda maldita, donde se habían conocido. Allí, sólo con el poder de sus manos, enterró el cuerpo de ella, elevando un sepulcro en su honor, que trató de retener en el interior de sus recuerdos.
Varios segundos transcurrieron, la rodilla hincada en la tierra.

- Esmeralda… - Murmuró, secretamente, asomándose el amor sobre la capa de odio de su corazón. – Algún día, nos volveremos a encontrar.

Y, tratando de no derramar una lágrima más en aquel territorio sagrado, dio media vuelta.
Mientras se iba de aquel lugar, un aroma, un perfume embriagador y familiar, danzó a su alrededor. Él sonrió, mientras cerraba los ojos y se dejaba llevar suavemente por la brisa.
De pronto, la sintió allí, a su lado, tan feliz, como siempre lo había estado.

- Sí… -  Pensó, cerrando los puños. – Algún día, te veré de nuevo. Haré lo que haga falta para volver a verte, Esmeralda…
- Sé feliz, Ikki…

Aquellas palabras no supo determinar si las escuchó en el aire, en su cabeza, o en su corazón.
Pero si sabía que el amor que sentía por ella resistiría cualquier contratiempo. Incluso, por encima del odio que, en aquel momento, movía cada centímetro de su piel.

Sé feliz, Ikki… Por mí… Por los dos…

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