Autor del one-shot: Daniel.
Twitter: @LeonheartTribal.
Nombre del fic o historia: Erase
Tema: Original, Dante & Erza, Drama, Romance, +18.
Nada más que el rocío de la piel desnuda de ella, reposante sobre las sábanas blancas, cuidadosamente pulcras que había utilizado para adornar el lecho que habían compartido, escasos minutos antes. Él, echado junto a su mujer, el brazo derecho sobre los hombros; el siniestro, reposando sobre su estómago, abultado ante las vicisitudes de aquella relación que tanto les había costado alzar, superando todo lo que los había golpeado.
Ella parecía feliz, sonriente incluso en sueños, descansando la diestra sobre la mano de él, apretándola de cuando en cuando, y sin ningún tipo de movimiento muscular que señalase alguna incomodidad durante el sueño. En ciertos momentos, susurraba el nombre de él, Dante, como viento que arrastra hojas en una parda tarde de Otoño.
Y él… él era feliz, tal vez lo más feliz que se había sentido en décadas. Con alguien compartiendo su cama, viviendo su sueño bajo su sombra, al amparo de su protección… nunca soñó ni fantaseó con algo así, pues, en el fondo, creía que algo de esa índole se escapaba ante su personalidad, escurriéndose bajo la alfombra de sueños incumplidos. Mas allí estaba, tan palpitante, extenuada después de la larga noche de intenso placer, el cabello desordenado caído en torno a los hombros y a sus senos, hinchados; el cuerpo, débil y descansado.
Incapaz de conciliar el sueño, él no quiso moverse, inmovilizado ante ella, evitando alterar su sueño en la medida de lo posible.
De vez en cuando, acuciaba al exterior con la mirada, explorando las nubes grises que decoraban el cielo, el helecho próximo a la ventana y las escasas personas que se aventuraban por aquellas callejuelas, siempre húmedas por el rocío de la lluvia que, en raras ocasiones, cesaba de caer…
¡Cuán hermosa era aquella imagen! Más aún si la acompañaba con la bella silueta de una señorita, de su amada, recortada contra la ventana, desplegando aquel encanto hipnotizante del que hacía gala incluso en el más profundo de los sueños.
Y, sin quererlo, cuál ladrón furtivo, se aproximó a sus labios, turgentes, carmesíes, suaves y mimosos. Allí, en aquella boca ligeramente abierta, permitió sentir el aliento de la muchacha, acariciando el contorno de su tez, como un hermoso perfume.
Ligero, radiante, alegre… Lo que emanaba de su boca era pura seducción, de igual manera, y no pudo sino deleitarse en él, en aquel aroma cargado de todo cuanto amaba de ella.
Mas no quiso quedarse ahí, saboreando un dulce que podía probar, que había probado.
Apenas fue un contacto débil, muy débil, al principio. Apenas un murmullo de aire recorría la distancia que separaba sus labios de los de ella, una brizna ligera. Luego, el beso se formó cuando los unió, en un gesto que propicio el latido rápido de su corazón, el nerviosismo tenso de su corazón, y el relajamiento de manos y brazos sobre el cuerpo de la joven.
No había respuesta, pues a ella aún la dominaba el sueño, pero no fue necesario, pues acudieron a su mente las imágenes del recuerdo de la noche anterior, en el que la había hecho suya, en el que ella había gritado su nombre hasta perder la voz, en el que él le había mostrado cuánto deseaba de si mismo, todo lo que tenía…
Esperaba, en el fondo de su sangrante corazón, que ella hubiera hecho lo mismo.
En el regocijo de aquellos momentos etéreos, en donde se sentía levitar sobre todo, quiso retenerlo allí, clavarlo en el presente… y que el tiempo no retrocediera, no avanzara.
Hacerlo hubiera significado perderse tantas cosas, tantas alegrías por tener… El descubrimiento de aquella nueva vida que ella propiciaba, una aventura por vivir, el casamiento, detalles aún ocultos…
Pero ella estaba terriblemente hermosa. Y él, desesperado, la necesitaba. Necesitaba seguir contemplándola, pues su rostro era el cuadro más perfecto, la sincronía perfecta del arte con la belleza, la criatura que alguna deidad benévola había situado en su camino para adorarla y desearla para siempre.
Tal vez lo más increíble… y, al mismo tiempo, lo más cierto, era que aquella joven, de rasgos perfectos, curvas delineadas e intensa pasión, así como amor, por él, era, incondicionalmente, suya.
Únicamente suya.