Autor del fic o historia: Daniel.
Twitter: @LeonheartTribal
Nombre del fic o historia: Colibríes.
Tema: Fantástico, Misterio, Acción, K-Pop, Ren [Nu'Est].
-Prólogo.-
El jardín tenía un brillo especial aquella mañana. El césped estaba recién recortado y humedecido, regado por los aspersores que habían desconectado minutos antes de abrir el paso a los residentes en el edificio. Incluso, aún, ciertas hojas desprendían suaves gotas, que mojaban los senderos que atravesaban el jardín.
Una mujer anciana de blancos ropajes, descansaba, sentada en una silla de ruedas, frente a la única fuente del complejo. Su mirada ausente no veía el agua; sus manos, inertes sobre las rodillas, no sentían la tela. Respirando sólo de cuando en cuando, ni siquiera parecía reparar en los compañeros que pasaban junto a ella, o las mariposas que se posasen sobre sus hombros.
El único estímulo que le hizo levantar la cabeza y girarse en la silla de ruedas fue la voz de un muchacho tras ella, justo en la entrada del recinto.
Vio su suave melena rubia, su expresión sonriente, demasiado jovial como para ser un interno en aquel edificio. Su postura, despreocupada; sus gestos, abiertos, mientras preguntaba algo a la enfermera que residía bajo las puertas de acceso al jardín.
Luego, la anciana vio como la enfermera señalaba hacia su dirección. Justo después, el muchacho jovial atravesaba el jardín, cruzando por los senderos, hasta alcanzar la fuente.
De cerca, su rostro era aún más hermoso, esculpido por ángeles parecía. Tez suave, nívea, y ojos rasgados, de una tonalidad parda, enmarcados bajo cejas suaves y poco marcadas.
Bajo ellos, el rastro de arrugas, provocadas, tal vez, ¿por sonreír demasiado?
- ¿Mamá? – Inquirió él, apartando un mechón de cabello de la frente de la anciana. Entre sus dedos, aquel pelo de plata se escurrió, débil y sin vida.
- ¿Hijo? – Dijo ella, alzando las manos débiles hacia la cara de él. Le temblaban los dedos. – ¿Eres tú? ¿Min?
- Nadie me llama así ya, mamá. – Dijo él, sonriendo aún más. Dejó que las manos de su madre, débiles y frías, acariciaran sus mejillas, como si se tratara de una visión de un lejano pasado que no conseguía creerse. – Me llaman Ren ahora.
- Ren… Es bonito. Pero no hagas ascos a tu nombre. Tiene más significado de lo que crees. – Replicó la mujer, bajando las manos y tomando las de su hijo. Las estrechó con fuerza, y luego alzó las cejas, en actitud dubitativa, sobre sus ojos grises. – ¿A qué has venido? Viniste esta mañana a verme. Imagino que necesitarás algo de mí.
¿Esta mañana? El sol aún despuntaba bajo, alzándose hacia el cielo azul. Tal vez, el reloj no marcaría más de las diez, poco más.
¿Sería posible que para la mente de su madre, fragmentada, no transcurría el tiempo de la misma manera? Mamá…
- Necesitaba ver tu rostro de nuevo. Cada día estás más guapa y más jóven. – Afirmó Ren, trazando círculos en torno a los nudillos rugosos de ella. – Además, una amiga tuya me pidió que te trajera esto, dijo que era un recuerdo del pasado.
Los ojos vidriosos de la mujer se dirigieron, con interés, hacia las manos de Ren, que exploraban el interior de sus propios bolsillos.
Sacó un paquete blanco, pequeño, que con lentitud desenvolvió. En el interior había un camafeo, con la imagen de un colibrí azul dibujado sobre un fondo dorado.
Los ojos vidriosos se agrandaron. Y, luego, soltando el camafeo, empezó a chillar.
Gritaba, abriendo la boca todo lo que la piel podía, con toda la intensidad que abarcaba sus pulmones. Las manos se le tensaron sobre las piernas, y echaba la cabeza hacia atrás, desquiciada por algo ajeno a ambos.
La enfermera corrió en su dirección, apartando al muchacho con un empujón, y situándose delante de la mujer.
- ¿Señora Choi? ¿Señora Choi? – Posó una mano sobre el rostro de ella. La mujer no cesaba de gritar.
La enfermera sujetó la silla de ruedas por la parte de atrás, y se dirigió hacia el edificio. Antes de subir por la rampa de acceso, giró el rostro y miró a un paralizado Ren, que observaba el camafeo, recogido del suelo, con expresión lejana.
- Joven Choi, le sugiero que vuelva más tarde, o tal vez mañana. Su madre necesitara tratamiento urgente y no está en disposición de atenderle. – Luego, se dirigió hacia el edificio, ignorando cualquier palabra que el muchacho pudiera decir.
Él continuaba observando el medallón. ¿Por qué?
Sin decir nada más, se guardó el objeto en el bolsillo, dirigiéndose hacia la salida del edificio.
¿Por qué su madre había actuado de aquella manera? ¿Había reaccionado así por ver aquel objeto o por su enfermedad? ¿Qué significado tenía ese medallón?
Esperaba saberlo pronto.
Maldita sea…
Twitter: @LeonheartTribal
Nombre del fic o historia: Colibríes.
Tema: Fantástico, Misterio, Acción, K-Pop, Ren [Nu'Est].
-Prólogo.-
El jardín tenía un brillo especial aquella mañana. El césped estaba recién recortado y humedecido, regado por los aspersores que habían desconectado minutos antes de abrir el paso a los residentes en el edificio. Incluso, aún, ciertas hojas desprendían suaves gotas, que mojaban los senderos que atravesaban el jardín.
Una mujer anciana de blancos ropajes, descansaba, sentada en una silla de ruedas, frente a la única fuente del complejo. Su mirada ausente no veía el agua; sus manos, inertes sobre las rodillas, no sentían la tela. Respirando sólo de cuando en cuando, ni siquiera parecía reparar en los compañeros que pasaban junto a ella, o las mariposas que se posasen sobre sus hombros.
El único estímulo que le hizo levantar la cabeza y girarse en la silla de ruedas fue la voz de un muchacho tras ella, justo en la entrada del recinto.
Vio su suave melena rubia, su expresión sonriente, demasiado jovial como para ser un interno en aquel edificio. Su postura, despreocupada; sus gestos, abiertos, mientras preguntaba algo a la enfermera que residía bajo las puertas de acceso al jardín.
Luego, la anciana vio como la enfermera señalaba hacia su dirección. Justo después, el muchacho jovial atravesaba el jardín, cruzando por los senderos, hasta alcanzar la fuente.
De cerca, su rostro era aún más hermoso, esculpido por ángeles parecía. Tez suave, nívea, y ojos rasgados, de una tonalidad parda, enmarcados bajo cejas suaves y poco marcadas.
Bajo ellos, el rastro de arrugas, provocadas, tal vez, ¿por sonreír demasiado?
- ¿Mamá? – Inquirió él, apartando un mechón de cabello de la frente de la anciana. Entre sus dedos, aquel pelo de plata se escurrió, débil y sin vida.
- ¿Hijo? – Dijo ella, alzando las manos débiles hacia la cara de él. Le temblaban los dedos. – ¿Eres tú? ¿Min?
- Nadie me llama así ya, mamá. – Dijo él, sonriendo aún más. Dejó que las manos de su madre, débiles y frías, acariciaran sus mejillas, como si se tratara de una visión de un lejano pasado que no conseguía creerse. – Me llaman Ren ahora.
- Ren… Es bonito. Pero no hagas ascos a tu nombre. Tiene más significado de lo que crees. – Replicó la mujer, bajando las manos y tomando las de su hijo. Las estrechó con fuerza, y luego alzó las cejas, en actitud dubitativa, sobre sus ojos grises. – ¿A qué has venido? Viniste esta mañana a verme. Imagino que necesitarás algo de mí.
¿Esta mañana? El sol aún despuntaba bajo, alzándose hacia el cielo azul. Tal vez, el reloj no marcaría más de las diez, poco más.
¿Sería posible que para la mente de su madre, fragmentada, no transcurría el tiempo de la misma manera? Mamá…
- Necesitaba ver tu rostro de nuevo. Cada día estás más guapa y más jóven. – Afirmó Ren, trazando círculos en torno a los nudillos rugosos de ella. – Además, una amiga tuya me pidió que te trajera esto, dijo que era un recuerdo del pasado.
Los ojos vidriosos de la mujer se dirigieron, con interés, hacia las manos de Ren, que exploraban el interior de sus propios bolsillos.
Sacó un paquete blanco, pequeño, que con lentitud desenvolvió. En el interior había un camafeo, con la imagen de un colibrí azul dibujado sobre un fondo dorado.
Los ojos vidriosos se agrandaron. Y, luego, soltando el camafeo, empezó a chillar.
Gritaba, abriendo la boca todo lo que la piel podía, con toda la intensidad que abarcaba sus pulmones. Las manos se le tensaron sobre las piernas, y echaba la cabeza hacia atrás, desquiciada por algo ajeno a ambos.
La enfermera corrió en su dirección, apartando al muchacho con un empujón, y situándose delante de la mujer.
- ¿Señora Choi? ¿Señora Choi? – Posó una mano sobre el rostro de ella. La mujer no cesaba de gritar.
La enfermera sujetó la silla de ruedas por la parte de atrás, y se dirigió hacia el edificio. Antes de subir por la rampa de acceso, giró el rostro y miró a un paralizado Ren, que observaba el camafeo, recogido del suelo, con expresión lejana.
- Joven Choi, le sugiero que vuelva más tarde, o tal vez mañana. Su madre necesitara tratamiento urgente y no está en disposición de atenderle. – Luego, se dirigió hacia el edificio, ignorando cualquier palabra que el muchacho pudiera decir.
Él continuaba observando el medallón. ¿Por qué?
Sin decir nada más, se guardó el objeto en el bolsillo, dirigiéndose hacia la salida del edificio.
¿Por qué su madre había actuado de aquella manera? ¿Había reaccionado así por ver aquel objeto o por su enfermedad? ¿Qué significado tenía ese medallón?
Esperaba saberlo pronto.
Maldita sea…